Lunes 1 de diciembre de 2025, Pepe Barbero cumple 100 años. Y no es solo una cifra: es un siglo de historia viva en Villamor de Cadozos, un siglo de trabajo, dignidad, familia y memoria, de esos que no aparecen en los libros, pero que sostienen la historia real de nuestros pueblos.
José nació en Cuba, en la ciudad de Camagüey, hijo entonces del sueño de tantos zamoranos que cruzaron el Atlántico buscando una vida mejor. Sus padres habían emigrado desde Sayago, pero el destino quiso que el viaje fuera corto: cuando José tenía apenas dos meses, regresaron a España y se instalaron de nuevo en Villamor de Cadozos, dejando atrás el Caribe y regresando a la tierra que siempre llamaría hogar.
Era el segundo de siete hermanos. Y la infancia no fue fácil. Con solo cuatro años, la pobreza empujó su destino cuesta arriba: fue enviado a otra casa para servir, cuidar ganado y aprender demasiado pronto lo que era el hambre. Lo recuerda con la serenidad que solo da el tiempo, hablando de la comida guardada en una cuerna de vaca vacía… y del estómago rugiendo media hora después.
Luego llegó la guerra. José tenía once años. Pensó que su vida no iba a mejorar. Se equivocó. Cayó en una casa donde al menos se comía mejor. Y por las noches, cuando todo dormía, él estudiaba. Sin libros, sin recursos y sin tiempo. Un maestro una vez lo dio por perdido. Pero José no se dio nunca por perdido a sí mismo.
Volvió más tarde a Villamor para aprender el oficio de su padre: la carpintería. Trabajó también en herrerías, fabricando carros que aún hoy siguen rodando por Sayago como testigos silenciosos del trabajo bien hecho. Hizo la mili, en África, recibió una medalla y perdió un hermano. De eso, cuando habla, se le quiebra la voz. Pero esta historia no va de llorar. Va de vivir.

Porque también es la historia de un amor que duró toda una vida. Conoció a su mujer, Amelia Tomás Eleno, siendo apenas una chiquilla de quince años. No miró a nadie más.

De la carpintería a Correos
Casado ya, se hizo cargo de la carpintería, de la panadería familiar, fue responsable del teléfono del pueblo, juez de paz, y acabó convirtiéndose en lo que él siempre recuerda como sus mejores años: cartero.
Repartiendo cartas fue feliz. “La gente me quería mucho, y yo a ellos”, dice. Y todavía sonríe recordando aquel gallo que un día atropelló con el coche. “Se lo merecía, que siempre venía a picarme”.
Soñó con ser Guardia Civil. No pudo. Pero aprendió de memoria artículos del Código Civil. Nunca dejó de aprender. Nunca dejó de pensar.

José, tras enviudar en 2012, se trasladó de Villamor a Bermillo de Sayago. Hoy tiene tres hijos, cuatro nietos y un biznieto. Goza de una salud envidiable y es fácil verlo de paseo con su hija varias veces al día. Pero hoy, toca celebrar…
Porque no todos los días se cumplen cien años.
Porque no todas las vidas enseñan tanto.
Porque no todos los abuelos merecen tantos gracias.
Gracias, José, por este siglo de vida.
Por el humor.
Por el trabajo.
Por la honestidad.
Por el ejemplo silencioso.
Y ahora…
A por el próximo récord.

Gracias a Patricia Pintado Barbero por contarnos la historia de su abuelo Pepe. Larga vida a los abuelos de Sayago. Ojalá sean eternos, bueno, en realidad lo son en nuestros corazones.
