Señales de otro tiempo: El pasado a través de la cerámica encontrada en Argusino

Numa Cerámica nos envía precioso texto tras hallar asas de cántaro, trozos de teja y cuencos en su visita al pueblo sayagués que descansa bajo el embalse

Será por deformación profesional que mi ojo es sensible a los tesoros del suelo.
Hace unas semanas, paseando por Argusino, salieron a mis pasos pequeños restos de cerámica. Señales del tiempo pasado, dónde vivió un pueblo hoy sumergido. Para los arqueólogos, encontrar cerámica es acceder a muchos datos de otra época; sacan mucha información según la composición del barro, su forma y decoración. Les proporciona pistas de alimentos y tipos de cereales que guardaban, qué rituales hacían o en qué creían. La cerámica les habla desde el pasado y les sitúa en el mejor de los lugares.


Aquí os muestro algo que Argusino muestra al bajar sus aguas. A mí me situó rápidamente en un escenario rústico y con trozos cerámicos del pasado en la palma de mi mano, empiezo a urdir la historia...

Encuentro trozos de asas de cántaro, probablemente traídos de Carbellino o Moveros, o conseguidos en algún trueque a cambio de otra cosa. La mica y la chamota señalan el posible origen, su decoración incisa muestra el estilo y las señas de identidad de la zona.


Trocitos de cazuela y de botijo realizados a torno por alguna mujer alfarera, dedicada al noble oficio para aportar a la familia otro dinero más. Trozos de teja, que vendrían de Ceadea, dónde hubo varios tejares, pero también pondrían ser perfectamente de Fornillos de Fermoselle, donde se mantienen vestigios de bañas y hornos rodeados de alcornoques. La barrera cercana mantiene el color rojizo del óxido de hierro característico de las tejas, entonces moldeadas a mano con barro amasado por mulas.

Un trozo de cuenco esmaltado, donde seguramente compartían garbanzos o patatas con bacalao, quizá comprado en las ferias portuguesas.

Comer en barro al calor de la lumbre o a la sombra de una parra en verano sigue siendo un manjar, aunque compartan el plato y la cuchara de madera. Un cachito de plato con esmalte blanco… quizá un regalo de boda, celebrada con baile en la era de cantos de Argusino. El mismo plato donde sacaban unas pastas a las visitas que venía a dar el pésame en días de tristeza, cuando sacar lo mejor de los ajuares con ese blanco brillante era una obligación.

Pequeños trozos de barro rojo sobre el que se percibe una línea de esmalte de color nada típico de Sayago; seguramente de Salamanca, donde sí utilizaban pigmentos. ¿Otro trueque a cambio de jamón o garbanzos?

El Sol se pone y dejo el urdido de historias, como hacían las alfareras al torno de piedra. Los trozos del pueblo de Argusino quedan en un bote de cristal, que etiquetaré como «Historias de barro”, otra más para mí colección.

Un texto de Taller Numa Cerámica

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