José Vicente de Villamor de la Ladre dedica a los ya entrados en años, esta semblanza de una tarde cualquiera en los años 60 a la solana

SENTADICAS EN LOS «POLLOS» DE POR FUERA LA PUERTA EL CORRAL
Como cualquier tarde del mes de febrero la tía Claudia y la tía Valentina, estaban sentadicas en los «pollos» de por fuera la puerta el corral. Estaban allí, una a cada lao con las agujas de tejer en la mano, haciendo poca jera pero entretenidas, como cualquier otro día que hiciera una racica de sol. Allí pasaban la tarde o buena parte d´ella hablando de lo que le viniera a la cabeza en ese momento… o hablando «de lo de tol rato», del pasao, que bien pasao estaba ya. No tardarié en llegar Irene, otra de las vecinas de las que solían ajuntarse más a menudo, cuasi que to los días.
Y LOS MUCHACHOS PALLÁ
Tolas tres tenían los muchachos pallá; los de Irene y los de Claudia se habían marchao pa Barcelona pa una fábrica. El mayor de Valentina había entrao en la Guardia Civil en Madrid en cuántis que cumplió la edad. Sigún contaron ya estando dentro, debió aprender a escribir a máquina y estudió alguna cosa de lo que fuera, el caso es que ahora ya era más que guardia. Se había casao con una extremeña que también estaba en la capital, debía estar bien colocada y tenían un rapaz ya mayorcico. El muchacho chiquito de Valentina se había quedao por aquí, detrás de la labor, ya tenía un tractor y andaba haciendo una casa nueva. La mujer era fina y dura, valía tanto como él o más. Tenían dos rapaces, el mayor, que como suel decirse ya meaba en pared, velahí que rondara los 16 años, menos nada, y el otro era algo más nuevo.
Claudia tenía también una hija que por mediación de uno del pueblo, que estaba de portero en un edificio, entró a servir en ca de un médico y allí estuvo hasta que se casó. Se casó con uno de la parte Ciudad Rodrigo que estaba trabajando en una fábrica de harinas. «Complaron» piso a escape, antes de que se pusieran tan caros. Algo que ellos «tenien ahorrao» y algo que le «habien ayudao», por las dos partes pa la entrada, «habien salio p’alante. Tamién habían tenido la parejita, mozo y moza. El mozo a la vera de su padre también había entrao en la harinera, no había querido estudiar; lo metieron en la escuela de Artes y Oficios con intención de que estudiara algo de «eletricidá» pero enseguida lo dejó. La muchacha aprobó el bachiller y andaba pa ver si entraba en Correos, pero en las oficinas, por eso iba a una academia por las tardes y por las mañanas ayudaba a su madre que hacía limpieza en donde le salía, que el caso era no parar.
Habié otras mujeres que se ajuntaban a la solana más de cuando en cuando, pero no eran seguras. Vivían más lejos y claro, siendo las tardes tan cortas, pa poco rato le daba pereza salir de casa.
Irene algún día también fallaba, le gustaba tanto el arradio, que dispués de comer se quedaba allí en la camilla escuchándolo aunque fuera medio amodorrada.
– Mucho tarda en venir Irene, dijo Claudia, ¡Quiera Dios no haya tenido algún percance!
– Pues sólo eso nos hacié falta, dijo Valentina, pero malo será, yo no la había «extraniao» que anduviera «macanche» ni nada.
– Si en un rato no vien, me acerco yo en un momento a ver d’ella.
Al ratinín ya la vieron venir la calzada alante, con su cayatica, algo abierto el cayatao, arrastrando los pies.
Irene se había quedao viuda el año de antes, era la más vieja de «tolastres», velahí le sacara más de dos años a las otras, que eran de un tiempo, y de los ochenta p’ alante dos años muchos años son.
– Buenas tardes, saludó Irene (cuando ya las tenía enfrente).
– Buenas nos las dé Dios, contestaron las otras.
– ¡Hoy te has enbobao! Habrán cantao en el «arradio» los que te gustan a ti tanto, le dijo Valentina medio rezungando, mientras como tolos días les sacaba un silleto algo desvencijao pa que se sentara.
– Cá, no han cantao nada… y si han cantao, yo no los he oído. Na más comer me quedé dormida como un canasto; mira como sería que ni sentí el parte y eso que suel gustarme. Dormí mal de noche y allí sentada se conoce que con el calor me venció el sueño. Cuanto que me desperté, ni cogí el otro gambeto ni nada, me puse el pañuelo, le quité el escobo a la gatera de las gallinas pa que si quieren entren pa «drento» y arranqué pacá a poco correr.
– ¡Ya pensemos si te había pasao algo! Pero bueno, mejor que haya sido esa tola novedad.
A VER SI LLEGA PRONTO EL TELÉFANO
– ¿Sabéis algo de los muchachos?, preguntó Irene que ya de por sí era algo preguntona.
– Nusotras no sabemos que tenga ninguna novedá, aunque escribir no han escrito; a ver si llega «plonto» el «teléfano» que diz que ya le anda la cosa cerca. Yo tengo pensao que en cuanto llegue al pueblo, si no ha de ser el primero que sea el segundo, `pero ponerlo lo ponemos como una muerte que debo a Dios, dijo Claudia.
-¿Y a ti te paece que nosotras nos vengaremos de entenderlo?
– Pusluego, lo mismo que lo ha entendido la otra gente lo entenderemos nusotras «tamién».
– Cuando yo fui a rayos a Don Santos el médico de Luelmo, vi como llamó al que tuviera que llamar, y en bien poco rato se pusieron a hablar, terció Valentina.
– Sí, si el hablar, bien creo yo que no será difícil, pero… ¡Y el poner los números con la rueda esa que tien con agujeros, que hay que hacerla correr alredor!
– Bueno, pues hasta que le cojamos la maturranga, en ve de llamar nusotras a los muchachos, que nos llamen ellos a nusotros. Le «aseñalamos» el lao que va pa la boca y el lao que va pa las orejas y listo el bote, asunto terminao.
– El «teléfano» es cosa buena y si no miray en Bermillo y en La Muga, aparte del público, to los que hay ya: El Buen Gusto, Eloy, Carbajal, esos toos lo han de tener, y en la Muga: la Carmen, Picamillo, los Ledesmas… tos le han de sacar buen provecho, pero bueno, a esos les haz mucha falta.
– Y a nusotras tamién nos haz mucha falta, que tolas cosas buenas, aunque haya que pagarlas, pudiendo tenerlas «vengan pacá».
Hicieron otro par de comentarios de poco fuste, hasta que Irene dijo:
– Bueno, paece que ya por hoy nos ha dejao el sol, así que nos era bueno empezar a caminar hacia casa que enseguida empieza a hacer «friu» y habrá que ponerle un escobo a la lumbre, unas hojarascas y con cuatro «matarutajos» por allí, que se caliente la cocina, preparar alguito que echar a perder.
– Te era bueno acostumbrarte a no atrancar la puerta por «drento», no quiera Dios tengamos un día un disgusto, nosotras no seamos pa entrar y gente nueva aparte de haber poca… cada uno anda a sus quehaceres.
– Malo será, aunque libres no estamos; ya dijeron los muchachos que, más pronto que tarde, iban a andar con la casa y que pensaban sacar un ventano pal lao de atrás en el mi cuarto.
– Pues sí, si te era bueno hacerlo, por lo menos por la mañana se sabía si habías rebullido que tol invierno las noches son mi largas.
– Algo habrá qué hacer; a ver como vamos pasando esta campaña, que luego vien la primavera y ya es otra cosa.
– Ale, hasta mañana si Dios quier, se despedían Irene y Claudia que ya habían arrancao a caminar.
El tí Andrés, el marido de Valentina, que andaba por allí en la carretera detrás de un palo pal pollero (uno de los que tenía le estaba fallo) se asomó a la portalada a decirle también hasta mañana.
Valentina, que ya había metido el silleto pa «drento la puerta», marchaba el corral alante agudica, pero con cuidao de no resbalarse en ninguna lancha; velaí hiciera pa cenar unas patatas con los «huesos de morcón» que le había traído su nuera estos días de atrás, y si no, algo de chicha que sobró de medio día, con un pimiento y un «casco cebolla» de las curtidas en vinagre, ya iban aviaos.
Ya lo «irié» ella pensando que buen tiempo «tenié», mientras britaba* unos palicos pa la lumbre.

Una vez curado, cuando el ama creía que estaba en sazón, se «encetaba» y se comía, generalmente guisado con patatas. Tiene cierta similitud (tampoco mucha mucha) con el actual botillo leonés.
*Britar es tronchar una rama seca con las manos sin ayudarse con las rodillas
El portalón me parece que es el del Sr. Pepe, a su mujer no la conocí, a él sí, lo recuerdo con cariño. Hace años y en ese mismo portalón compartí algunos momentos de charla, también en el pequeño bar del pueblo, siempre se empeñaba en invitarme.
Gracias por relatar con tanta naturalidad y realidad la cotidianidad de las personas. Saludos.
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